Hace cuarenta años, el diez de diciembre de 1982, siendo las seis de la tarde, la culta y fría Estocolmo, decidió perderse en tierras macondianas y en un segundo convertir su invierno en primavera. Hipnotizada con la música de Totola Momposina y Escalona, en medio de la algarabía y el estruendo, la Venecia del norte esperaba ansiosa a ese hombre bulloso de gran sonrisa y acento inconfundible; el protagonista, el héroe de la pluma, el ser que osó plasmar en el papel los cuentos y novelas más extraordinarias que le hablaron al mundo de nuestro pueblo.
De manos del rey Carlos XVI de Suecia, García Márquez recibía el Premio Nobel de literatura, por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente[1]. Ese día, Gabo fue el centro del mundo y nos hizo sentir importantes, representados, desde una tierra que después de cuarenta años no ha cambiado mucho. Gabo narro nuestros dramas como colombianos, pero en su discurso no olvido al inmenso pueblo latinoamericano que lo hizo grande.
Cerca de dos mil personas lo ovacionaron; sus aplausos retumbarían en el recinto y en nuestras diversas, jacarandosas y mágicas tierras latinoamericanas. Hoy diez de diciembre de 2022 el turno es para una mujer, Annie Ernaux, una francesa que créanlo o no, se parece en el estilo popular, emotivo e histórico a Gabriel García Márquez, esa simpleza que enamora y conecta, contraria al escritor intelectual e inalcanzable de palabras rebuscadas que lo único que ha logrado es alejar a la sociedad de lectura. Gabo y Annie no son así, son amenos, digeribles, con aciertos y graves pecados, según los dueños de la moral de nuestro banal mundillo, de redes e hipocresía.
Ernaux advierte sobre el nuevo auge de la exclusión migratoria, el abandono de los más desfavorecidos y la vigilancia del cuerpo de las mujeres, un llamado al respeto de derechos que en el contexto de su tiempo también defendió Gabo. En el mismo sentido, la mayoría de las historias de Ernaux son autobiografía, una de las más reconocidas “Los armarios vacíos”, en los que narra el aborto clandestino al que se somete Denise Lesur, una joven estudiante de literatura moderna, que en sus recuerdos viaja a su infancia, con la vergüenza del entorno social en el que se crio, la mala relación con sus padres, la visión de la sociedad de la Francia de finales de los cincuenta y la educación como esperanza de una vida mejor. Las mismas anécdotas personales y del entorno que tantas veces plasmo Gabo, evocando las historias contadas por su abuela Tranquilina, o Úrsula Iguarán de Cien años de soledad.
De todas maneras, Gabriel García Márquez, después de ocho años de su muerte, sigue siendo el genio de la literatura latinoamericana, y hoy con inmenso orgullo celebro esos cuarenta años de ser reconocida como compatriota suya, de leer sus cuentos y novelas, de reírme, llorar y madrear sobre sus letras, ante las injusticias y desvanes que aún viven nuestros pueblos. Les dejo mi parte favorita de su discurso de premiación, no sin antes darle un consejo a aquellos moralistas que citaba, aprendan a deslindar el arte del artista y no se priven de apreciar la divinidad de los museos y las letras, por que, sin el arte, no nos queda nada.
Y a Gabo donde quiera que estes: “Te volví a leer y me volví a enamorar de ti”.
“Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad »
[1] Fondación Nobel. (Textual)