Camila tomó su pluma y se sentó en su terraza frente a los Alpes, como en medio de una postal, para disponerse a escribir sobre las montañas, esas grandes erosiones de tierra que la habían acompañado toda su vida y a las que ella sentía que pertenecía; como la lluvia en los días de calma y como un volcán en los días de apuros. Los Andes en Suramérica y Los Alpes en Europa. Cerró los ojos imaginando ser un cóndor que llegaba a los picos más altos para dejarse acariciar por el viento, mientras veía caer una rojiza tarde de otoño. En ese momento, alguien tocó a su puerta y la desconectó. Era Ruth, quien había preparado galletas para el café.
Camila no disimuló su molestia por la inesperada visita, pero optó por explicarle a Ruth sobre su innegable conexión con las montañas, esas que la habían inspirado desde siempre y le hacían perder la noción del tiempo. Ruth preparó el café e interrogó a Camila sobre los lugares que soñó conocer de niña. Camila dejó de lado su tema con las montañas y se dispuso a hablar con su amiga. Pudo haber hecho una enorme lista de lugares fantásticos a los que la vida ya le había dado el privilegio de conocer; el Palacio de Versalles, la Fontana de Trevi, el Parlamento Ingles, La Catedral de Colonia, etcétera, etcétera.
La taza quedó vacía, las galletas en moronas y después de escucharla atentamente, Ruth, llena de la sabiduría de sus años, suspiró profundamente, y narró como en su niñez amaba leer sobre las antiguas civilizaciones, imaginando cómo habrían sido las siete maravillas del mundo antiguo. Los Jardines Colgantes de Babilonia, El Templo de Artemisa, La Estatua de Zeus, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría. Ella había visitado en su época de universitaria las pirámides de Guiza, la única maravilla del mundo antiguo que aún sigue en pie.
Ruth recordó la historia de un cineasta suizo, Bernard Weber quien en 2010 había lanzado el proyecto “Las nuevas siete maravillas” con la intención de designar las maravillas del mundo moderno, en el que se habían candidatizado cerca de 500 lugares, estudiados por una comisión de la UNESCO, y declarando finalmente a Machu Picchu, Chichén Itza, El Coliseo Romano, El Cristo Redentor de Rio de Janeiro, La Gran Muralla China, Petra en Jordania y el Taj Mahal, como las siete maravillas del mundo moderno.
Sin embargo, Ruth guardó silencio un momento, se levantó de la silla y con la confianza de estar como en su casa, se dirigió a la alacena, tomó el mejor vino tinto, un par de copas y volvió a la terraza. Miró hacia el cielo y exclamó:
“Sabes Camila, el mundo esta lleno de maravillas, el antiguo, el moderno, el que sea; el hombre ha sorprendido siempre con su ingenio levantando estructuras impresionantes y la naturaleza también. Pero, después de tantos años, letras y viajes; he aceptado como cierta la leyenda que narra que cuando Dios creó la tierra, los ángeles le reclamaron tanto afecto con Suramérica, porque con un delicado pincel pintó: La Laguna Verde en Bolivia, El Lago Alitlán en Guatemala, Caño Cristales en Colombia, El Salto del Ángel en Venezuela, El Lago Titicaca entre Bolivia y Perú, El Nevado Ojos del Salado entre Argentina y Chile, El Salar de Uyuni en Bolivia, Las Islas Galápagos en Ecuador, El Archipiélago de San Blas en Panamá, El Volcán Cotopaxi y cuanta maravilla natural se me escape; y como si fuera poco, a sus hijos consentidos los suramericanos, los unió con un fuerte lazo llamado los Andes, los cobijó con una hermosa selva llamada el Amazonas, les puso agua fresca de las cataratas de Iguazú y el Mar Caribe, les ofreció las mejores frutas, olores y sabores. Sin duda Suramérica es la maravilla natural de este y de cualquier mundo”.