Fue justamente un Suizo, de Lucerna, el padre Julio Kuttel quien la bautizó “la Suiza de América” y quien vivió hasta su muerte en éste paraíso terrenal.
Nací en 1980 en Silvia, un pueblo tranquilo de Colombia, rodeado por hermosas montañas sobre la cordillera central, los momentos de mi infancia en ese mágico lugar del oriente del Departamento del Cauca, son sin duda una de las bondades de la vida para conmigo. Silvia y sus casas de bareque, de puertas abiertas siempre, en el que nos enseñaron los abuelos, que si caminábamos desde la iglesia de Belén, hasta el parque central, o a donde fuera que fuésemos, debíamos saludar a todas las personas sin excepción y que en casa siempre debía haber suficiente pan y café, para ofrecer a quien entrase.
Crecí, con el “cuento” que Silvia era la Suiza de América, afirmación que como era de esperar se prestó para cuestionamientos siempre, comparar un remoto lugar de nuestra geografía colombiana, con un país como Suiza, era sin duda una hipérbole, incluso podría pensarse que era una afirmación bastante egocéntrica.
Sin embargo, la vida y sus giros me llevo hasta Suiza, la de Europa, la de los bancos, las organizaciones internacionales, las navajas, los chocolates, los quesos, los Alpes, etcétera, etcétera. Mentiría si no admitiera que desde que llegué a este lugar me enamoré perdidamente de él, pero mentiría también si no aceptara que Suiza, en efecto, me devuelve a esos años tan felices en Silvia.
Con el paso del tiempo, en mi vida de doblemente suiza, es imposible no reconocer que Silvia realmente se parece mucho a éstas tierras helvéticas, no solamente en sus paisajes bañados por impresionantes montañas y casas rusticas, sino también por su olor a geranio, ruda, romero, fresas, pan caliente y queso. La multiculturalidad en la que convivimos en Silvia, con sus cinco resguardos indígenas Guambia, Quizgo, Pitayó, Ambaló y Quichaya, todos con sus costumbres y sus lenguas; me llevan a pensar que en Suiza también convivimos, los que hablamos francés, alemán, italiano y romance, todos idiomas oficiales, todos con sus fiestas, sus creencias, sus tradiciones, en realidad se parecen tanto.
Pero sin duda, en lo que más se parecen, es en la identidad de su gente, esa es la fuerza de las dos Suizas, o de las dos Silvias, mantener la riqueza inmaterial y cultural a través del tiempo es invaluable, la banda de músicos de Silvia, el grupo de danzas, la orquesta, los grupos de teatro, los grupos de artesanos, su Semana Santa, su carnaval, el tener las puertas y el corazón abiertos al que llega, mostrar sus colinas, el lago chiman, la cascada, el mercado de los martes, el sentirse orgulloso de su pueblo, es algo que viví de niña, revivo siempre que voy a Silvia y vivo desde hace diez años en éste país que me ha abrazado, esa es la fortaleza Suiza, el amor infinito a lo que son, a lo que producen, a su idiosincrasia, justo ese mismo que nos infla el pecho a todos los que somos de Silvia, la Suiza de América.
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