Huele a Gabo, Huele a Colombia, la bella

 

Unas eran tibias y tiernas, impregnadas de ruda, geranios y cigarrillo, otras ásperas y fuertes, reflejaban décadas de trabajo duro, y su aroma se confundía entre frutas exóticas y motor de carro viejo. Hay otras que tengo todavía la fortuna de sentir, son inmaculadas e inquietas, han tejido obras de arte y preparado las mejores hojaldras del mundo. Hablo de las manos de mis abuelos, sobre las que tendré dos certezas: La primera, que jamás las olvidaré y la segunda, que cuando me sostenían estaba en el lugar más maravilloso y seguro del universo.

Supongo que así eran los días de infancia del pequeño Gabito en Aracataca, en las manos de Doña Tranquilina y de Nicolas, el coronel. Envidiable resulta la habilidad del nobel quien con extrema finura convertía olores en exquisita prosa literaria. ¿Quién mejor que él? Nos ha permitido oler con los ojos; nos ha transportado entre líneas al hipnótico olor del ser amado, al olor de mamá, al de nuestros hijos y al de aquella casa donde reposa eterna e intacta nuestra infancia, a lugares exactos, donde fuimos felices y también donde hemos llorado.

En la obra Garciamarquiana hemos olido al mar Caribe, al rio Magdalena, a las coliflores hervidas, al alcanfor, al betún y al desesperante e inconfundible olor de Remedios la bella, quien en Cien Años de Soledad era la hija de Arcadio y Santa Sofía de la Piedad, bisnieta de José Arcadio Buendía y de Úrsula Iguarán, fundadores de Macondo.  Remedios es sin duda uno de los personajes más genuinos del realismo mágico, este adictivo género que inserta en las realidades cotidianas hechos absolutamente fuera de las lógicas de la naturaleza.

Remedios era la mujer más hermosa del mundo, y aunque para la mayoría era considerada una discapacitada mental, pues andaba desnuda, comía con las manos y dibujaba animalitos en las paredes con una varita untada de sus heces. Sin embargo, para el coronel Aureliano Buendía, su abuelo, ella era la única lúcida de la casa, simplemente estaba dotada de una asombrosa habilidad para burlarse de todos. La presencia de Remedios producía una fascinación desmedida que trastornaba a los hombres, al punto que cuatro murieron trágicamente al intentar poseerla.

Los olores de Gabriel García Márquez nos transportan, nos enamoran y nos aterran. En su primera novela La Hojarasca, nos cuenta cómo esta era implacable y todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte.[1]  Mítica resulta la primera frase de “El amor en los tiempos del Cólera”: Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.[2] Gracias a Gabo hemos olido hasta los presagios, como en Crónica de una muerte anunciada, en el aparte que reza: la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño.[3]

Este año huele a Colombia, que es como Remedios, extraña, excéntrica, fascinante, magnética, sufrida y obviamente bella, bellísima, llena de naturaleza, de arte, de flores, de café. También huele a Gabo, a su legado, a sus mariposas amarillas, a estos diez años de su ausencia, a sus novelas, cuentos y trabajo periodístico, a la serie Cien años de soledad que la plataforma Netflix estrenará este 2024 y a su obra póstuma “En agosto nos vemos” que saldrá al mercado el próximo seis de marzo día en el que García Márquez cumpliría 97 años. Feliz cumpleaños maestro y que allá en donde estas Doña Tranquilina y el coronel te sigan contando mágicas historias y tomando entre sus manos.

 

 

 

 

 

[1] La Hojarasca. 1954.

[2] El amor en los tiempos del cólera. 1985.

[3] Crónica de una muerte anunciada. 1982.

 

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