EL TROMPO, EL YOYO Y LA PERINOLA

Un lunes como de costumbre, papá salió apurado a su reunión ejecutiva, mamá corría entre la compra y los pendientes, al tiempo que replicaba su casi siempre innecesario sonsonete genético de madre:

 

  • Desayunaste? Te lavaste los dientes? Llevas la tarea?

 

Sin embargo, el pequeño estaba un poco enfermo y todo el implícito programa de un lunes cualquiera, se revolucionó. Mamá tomó la temperatura, telefoneó a la pediatra, a la profesora, reorganizó su agenda, paso por la farmacia y voló a casa de los abuelos; en la entrada se encontró con la abuela, quien salía a una cita médica. Nada podía estar más alterado aquella mañana.

 

De pronto, salió el abuelo a la puerta con su pijama de rayas y aún medio dormido; exclamó: – “Déjalo conmigo y vete que vas a llegar tarde”.

 

La mamá no muy convencida pero sin más alternativa, decidió dejarlo con el abuelo, que en sus años de jubilado, no dejaba de revolotear visitando amigos, devorando libros y redactando su articulo semanal, seguro terminaría subiendo a su amado nieto en el carro y lo llevaría a hacer las interminables vueltas de cada día, nada grave si el pequeño no estuviera con 39 grados y bastante quieto para lo normal.

 

La jornada transcurrió sin novedad, al caer la tarde mamá buscó con estrés a su pequeño, imaginando que seguro había pasado el día entre dibujos animados, una siesta y los medicamentos, pero nada de eso, el niño corrió a la puerta a recibir a su mamá, activo y bulloso como siempre, gritando: – “Mamá mamá, el abuelo tiene un tesoro debajo de la cama y me lo regaló”.

 

Corrió por una linda caja de madera al cuarto del abuelo, cuando la abrió había un yoyo, un trompo, una perinola, una cauchera, un balero, muchas canicas y una cantidad de juegos de madera y cuerda. La mamá lo miró con alegría y nostalgia de esos años maravillosos, de jugar sin descanso con todo eso en el jardín, en compañía de vecinos, primos y amigos.

 

El pequeño, tenía razón, el contenido del roñoso baúl era un verdadero tesoro, pues en esas viejas piezas, desgastadas y olvidadas se encuentran historias mágicas de niños; de niños de aquí y de allá, de niños del viejo y del nuevo mundo, de las civilizaciones Maya y Azteca que aportaron el balero, que sigue siendo parte de la idiosincrasia y artesanía local de América Latina. Pero también de la Antigua Roma como la Perinola, usada todavía en los juegos de azar que inicialmente era hecha de marfil o de madera, y que en latín se conocía con el nombre de “totum”. Y por supuesto el Yoyo, cuyo origen aún se discute, puesto que en una copa ateniense del siglo V antes de Cristo parece estar dibujado un joven sosteniendo uno, pero solo fue hasta el siglo XIX, se le otorgó la patente a una versión mejorada del Yoyo que hoy conocemos a un Filipinoestadounidense.

 

En fin, los juegos son y serán parte de nosotros, de nuestros recuerdos, de nuestros tesoros. Como lo son para el chiquitín y el abuelo de esta historia, tan es así que existen varios museos encargados de conservar, difundir e investigar sobre estos, como el Museo Suizo de Juego, ubicado en la Riviera del Lago Léman en la Tour-de-Peilz, que posee una colección increíble de más de diez mil piezas de juegos que datan desde la edad antigua hasta nuestros días.

 

 

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