Tengo la suerte de haber crecido entre dos culturas lejanas, pero parecidas en lo fundamental; mis viajes a Colombia cuando era niño eran toda una aventura, valía la pena montarse en un avión en suma catorce horas para ir a abrazar a mis abuelos y familiares.
¡Sin embargo, debí tener escasos cuatro años cuando viví una experiencia que marco mi vida para siempre!
Era una fría noche en el sector histórico de Popayán, entramos a una casona típica de la colonia, patio empedrado y techos altísimos. ¡Yo! Un pequeñín curioso e inquieto, me escabullí entre los geranios y terminé en un cuarto oscuro, donde vi a un hombre delgado, prácticamente desnudo colgado de la pared y sangrando.
La escena fue aterradora, empecé a gritar inmóvil. Al instante llegó mi mamá, pero ni siquiera en sus brazos logré calmarme:
– ¡Mamááááá!
– ¡Pobrecito ese señor, mamá mamááááá!
Gritaba desesperado y mi pequeño cuerpecito se disputaba entre acercarme a la terrorífica escena o salir corriendo.
- ¡Llama a una ambulancia por favor mamá!
- ¡Llama a la policía!
- ¿Quién pudo haber hecho esto tan horrible? – Gritaba desconsolado.
Mi mamá trataba de calmarme, yo no podía creer lo que estaba viendo.
- ¡Mamá, por favor llama a una ambulancia, de pronto no está muerto!
Mi abuela, amorosamente en medio de la confusión, al presenciar mi angustia, me dijo:
- ¡Tranquilo mi cielo, él es el señor, quien murió por nosotros en la cruz!
Todavía no entiendo como no me desmaye con esa explicación.
- ¿Por nosotros? ¿Cómo así que por nosotros? Y a pesar de mis cuatro añitos solté a mi mamá bruscamente, como si ya no se tratase de mi madre sino una despiadada asesina.
Mi madre dirigiéndose a mi abuela, con risa nerviosa le dijo:
- ¡Pero mamá como le vas a decir eso al niño!
Intervino mi abuelo:
- ¡Amor tranquilo es una escultura, ven y la tocas, es de mentira, no te asustes!
Se acercó y tocó los pies heridos del hombre, mientras yo seguía en mi infinita confusión. Un amable señor encendió una luz más fuerte, y comenzó a explicar las piezas del lugar a las que se refería como “Los pasos de la Semana Mayor”.
Entre vírgenes y santos, me fui calmando; el señor narraba que nos encontrábamos en la casa de Junta Permanente Pro Semana Santa de Popayán, celebración que es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y una cantidad de cosas que años más tarde pude entender. Hoy les pido disculpas a todos ustedes, pero hasta ese entonces yo no había visto aquellas imágenes tan normales para muchos, pero tan desgarradoras para mí y que hoy entiendo que representan la fe y la cultura de un pueblo al que pertenezco.
A varias habitaciones no entramos; supe después, que en el cuarto contiguo estaba el Santo Ecce Homo, una escultura también de talla completa y desnuda, de origen quiteño que representa a Jesucristo cuando Poncio Pilatos lo humillo ante el pueblo y en otra, un paso del siglo XVIII, un esqueleto de origen alemán, acompañado de una imagen quiteña del arcángel Miguel y de un dragón, paso conocido como “La Muerte”, seguramente esa me habría asustado menos, pues en mi salón de primer año teníamos un esqueleto con el que jugábamos tanto que un día lo dejamos caer.
Cuando volvimos a Suiza, mi mamá me llevo a la capilla del aeropuerto de Ginebra, un espacio dirigido al reencuentro espiritual. Aparte de la cruz cristiana con la que yo ya me había trágicamente familiarizado; había una cruz con ocho brazos que representa al cristianismo ortodoxo, una figura similar a un pez, llamada Ichtys, uno de los símbolos más antiguos del cristianismo. También la estrella de David y el candelabro de los siete brazos de los judíos, así como la luna creciente y la estrella musulmana que yo había visto en la bandera de Turquía, pues tengo unos primos Turcocolombosuizos. El lugar estaba adaptado para los que oran de pie, de rodillas o en el suelo, y encontraba los libros sagrados El Corán, La Torá, la Biblia y otros. Hoy me acuerdo y pienso:
- ¡Ojala el mundo fuera como ese lugar, un monumento a la tolerancia y al respeto!
En casa, pasa lo mismo, mis abuelos son devotos del niño Jesús de Praga y de la virgen María, mi papá no cree en nada, mi mamá cree en todo, en Inty el dios sol de los Incas, en la Pacha mama, en las energías, las plantas, la ciencia y en esa fuerza inexplicable e invencible llamada amor. En mi colegio hay judíos, musulmanes, ateos y cristianos con sus divisiones, católicos, protestantes y demás, pero todos somos iguales, “amigos, hermanos”, en cuanto a mí, mi religión se resume en dos frases trajinadas pero máximas:
- ¡Has el bien y no mires a quien! y
- ¡No le hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti!