DE LAS PARTERAS Y OTRAS DIOSAS

 

Aurora desde muy pequeña aprendió a superar el miedo a ese grito desesperado de tantas veces, cualquier día, a cualquier hora, acompañado siempre de un decidido golpe en la puerta o en la ventana de su casa.

– “Doña Matilde, ya esta con los dolores”

 

Pasados algunos años, ya no era sólo a su abuela Matilde a quien llamaban, sino a su madre Celeste, quien tenia siempre en el pasillo de la casa, su abrigo, sus cigarros y una botella con el ungüento aromatizado que preparaban cada mañana, con hierbas y flores. Cierto día, Celeste le dijo a Aurora:

– “Esta noche vas a poner tu abrigo junto al mío y vas a acompañarme a la casa del carpintero. Su hija María dará a luz y es primeriza, así que come bien y trata de dormir un poco, habrá mucho trabajo”.

 

Aurora estaba bastante asustada, pero al mismo tiempo emocionada, todo parecía indicar, que había llegado el día de seguir los pasos de su madre. Se acostó un rato, recordó las recomendaciones: que los masajes, que el aceite, que la posición de la madre; en fin, todo lo que por años había escuchado, con la consigna retumbante “Debes salvar la vida tanto del bebé como de la madre”.

 

Era casi media noche, cuando empezaron los golpes desesperados en la vieja puerta, Aurora llena de miedo y alegría a la vez se levantó de la cama, gritó llamando a su madre y a su abuela. Esta vez, salieron las tres muy apuradas, con sus abrigos y sus menjurjes. Llegaron a la casa del carpintero:

  • “La barriga está muy alta, vamos a demorarnos”, dijo Matilde.

 

  • “Preparen agua tibia, una manta y una almohada”, dijo Celeste.

 

Aurora muy disciplinada, tomó del brazo a María y la llevó a caminar por el pasillo, mientras con hermosas palabras, la llenaba de coraje para el gran momento.

 

Esa fue una noche especial para todos, para María, su esposo, sus padres y para ese hermoso y sano bebé que pronto se prendió del seno de su madre, para las experimentadas matronas, pero sobretodo para Aurora, quien ese día recibió a su primer bebé. Lo limpió, le cortó el cordón umbilical y se graduó como una Diosa de la vida, como partera.

 

Sin embargo, ahí no terminó la misión de Aurora, desde el día siguiente y durante toda la semana, visitó con alegría la casa del recién nacido, controló la temperatura de sus dos pacientes, vigiló que las heridas sanaran correctamente y que la nueva madre siguiera la dieta con rigurosidad.

 

Hasta ahí la historia de nuestra querida Aurora; sin duda, las parteras son heroínas y lo han sido siempre, desde los hebreos y los egipcios, gozaban de respeto social. Posteriormente, gracias a la escritura se redactaron los fundamentos de la ginecología y la obstetricia, que se encuentran en los primeros tratados médicos, los papiros de Ebers y de Westcar, que datan de cerca de dos mil años antes de Cristo, conocimientos que pasaron a los grecorromanos y a las culturas ulteriores.

 

En la Grecia Clásica, las parteras o “Maiai”, tenían estrecha relación con los filósofos. Según los historiadores, la madre de Sócrates, Fenáreta era partera y sus conocimientos le sirvieron al filósofo para sentar las bases y bautizar su método “la Mayéutica”, que grosso modo es cuestionarse para llegar al conocimiento. En el mismo sentido, el médico Sorano de Éfeso, quien ejerció en Alejandría y en Roma, considerado el padre de la Ginecoobstetricia reconoció la labor de la matrona. En los pueblos ancestrales de América aún se conservan gran cantidad de rituales y creencias alrededor del parto y postparto, con valor científico reconocido en occidente.

 

El mundo moderno, consciente de la importancia y responsabilidad de este trabajo, en uno de los apartes de los Acuerdos de Bolonia, los cuales acreditan las carreras profesionales en Europa, reconocen la profesión de partera y de partero; ya sea como carrera exclusiva o como complemento a los estudios y practicas de enfermería.

 

De todas maneras, en nuestros días lastimosamente ejecutar esta profesión tan antigua y tan hermosa, en las regiones más apartadas y marginadas del mundo, no es tarea fácil. Los escasos o inexistentes medios para recibir a los bebés y para los cuidados postparto, siguen cobrando vidas. Lo que hace que las parteras sean diosas, diosas de vida como lo era en la mitología celta la “Matrona”, Diosa Madre del río Marne, afluente del Sena, diosas que trabajan por convicción, amor y tantas veces sin remuneración alguna.

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