María trabaja desde hace varios años como profesora en un colegio de monjas, ella es muy querida por las religiosas, le gusta participar de sus actividades y plegarias.
En cierta ocasión, las monjas programan un retiro espiritual de fin de semana en la sede rural de la comunidad; al que invitan a María, quien cansada de las responsabilidades académicas y del hogar, acepta la invitación.
Llegado el día, María y las cinco monjitas, arriban al lugar, un vasto terreno de frondosos pastos, donde reposa un convento de más de cuatrocientos años, de paredes anchas, techos altos, andenes empedrados, un aljibe, un establo, letrinas y sótano. Un espacio adornado con pinturas de personajes que ya ni las hermanas saben quienes son; catres pequeños, toldillos gruesos de telas muy oscuras. Una de esas construcciones que guardan miles de historias de terror, donde la madera cruje en las noches y los cuervos graznan al caer el sol.
María y sus anfitrionas realizan los rezos y oraciones pertinentes, comen algo delicioso y como en convento que se respete toman un buen vino y se van a la cama. La noche es fría, a María le han asignado una hermosa habitación con chimenea, candelabros y algunas telarañas que difícilmente alguien alcance a remover. La luna llena ilumina su habitación y ella plácidamente se acuesta a descansar.
Son las tres y treinta y tres de la mañana, el fuerte silbido del viento choca contra las viejas ventanas despertando a María, la vela se ha derretido y solo es un montón de cera esparcida en el plato metálico, la luna ha dejado de iluminar la habitación. María empieza a recordar esas historias que contaba con sus amigos en el pueblo alrededor de una fogata, imposible no acordarse de la llorona, la Madremonte y por supuesto de la monja sin cabeza.
María siente ganas de ir al baño, pero recuerda la vieja letrina al lado del establo, llena de miedo, se cubre con la cobija y se gira, pero…
- Un momento!
- Algo o alguien! Le hala la cobija del extremo izquierdo de la cama.
María quiere gritar, quiere girarse, claramente no tiene el valor para hacerlo, piensa:
- Me voy a encontrar de frente con un macabro espanto, con los espíritus de las pinturas que adornan el convento, o peor aún con la monja sin cabeza.
El tiempo parece detenerse, María toma suavemente la cobija, pero siente de nuevo el tirón, llena de pánico, apretando sus parpados, invoca a sus seres queridos, pide perdón por cuanto pecado se acuerda, se reza diez padres nuestros, catorce avemarías, el rosario y toda oración que su memoria alberga.
Por fin el gallo canta, los destellos de sol entran por la ventana, María abre sus ojos, observa la chimenea, el cuadro viejo, pero no tiene aún la valentía de girarse. De repente se escuchan las monjitas rondando por el viejo convento, ya están en oración y preparando el desayuno, una de ellas dice:
- Silencio, no hagamos ruido que vamos a despertar a María.
Mucho más tranquila al escucharlas, María tiene la valentía de girarse, los rayos de sol atraviesan la ventana, los pajaritos cantan, el olor a geranio llega hasta sus aposentos, se sienta, estira sus piernas adormecidas vuelve a tirar la cobija, y …
– ¡ Oh Sorpresa ! de nuevo el tirón del otro lado. María se levanta para descubrir que el horrible espanto es un clavo oxidado que se ha enredado con la cobija y que no la dejo dormir en el hermoso lugar alejado del ruido y del desorden de la ciudad.
Paola Muñoz
/ 06 Mar 2021Jajajajajaja excelente final!!! Me encanto. Tus letras me hacen transportarme.
Eres mi escritora favorita!!
Victoria Paz Ablanque
/ 06 Mar 2021Gracias infinitas por estar siempre, por motivarme, por apoyarme, por hacer ersto posible.
Angela Bolaños
/ 07 Mar 2021Muy hermoso relato
Victoria Paz Ablanque
/ 07 Mar 2021Gracias por motivarme. Un abrazote.