Pocas expresiones culturales logran identificarnos como latinoamericanos y contagiarnos de tanta alegría y sentimiento, como lo hace esa mezcla inconfundible de tambores, timbales, trompetas, bongos y maracas, que se funden en vozarrones afrocaribeños, como lo hace la salsa. Este género musical, que nació en las calles neoyorkinas y que rápidamente se dispersó por el mundo, merece un reconocimiento, no sólo por la alegría que nos ha impregnado desde que nacimos, sino por la visibilidad que ha dado a esos pueblos que se fusionaron y que lograron en tiempos difíciles lo impensable: un género musical que va más allá del arte y de la historia, un sello para todos a quienes nos corre sangre latina por las venas.
Es que sin duda, la salsa es poesía, es leyenda, es una revolución cultural. Es un aluvión de cuentos, de lucha, de brujas, de amores y desamores; es viajar del jazz al bolero moviendo el esqueleto de manera quasi-inconsciente. Descendiente del chachachá, el guaguancó, el mambo, el boogaloo, la guaracha, la pachanga, la conga y muchos otros ritmos ancestrales y coloniales; la salsa siempre será volver a casa, al carnaval de Celia, al Amor y Control de Blades y a querer amar toda la vida, como el Gran Combo.
El legado de la salsa y sus soneros, es invaluable, con mensajes de protesta como Anacaona de Cheo Feliciano, la Rebelión de Joe Arroyo, y anécdotas dignas de realismo mágico musical como Pedro Navaja, el Gran Varón, Gitana o María Teresa y Danilo. La salsa desde su auge de los años 60 y 70, con The Latin Brothers, la Sonora Ponceña, El Gran Combo de Puerto Rico, Buena Vista Social Club y la Fania All-Stars, entre otras grandes orquestas, ha superado barreras tan grandes como el idioma, temas raciales y tensiones geopolíticas, como la crisis de los misiles de Cuba y por supuesto la Guerra fría.
La Salsa llegó y se quedó, sigue viva y vibrante, en los Estados Unidos, en América Latina y el Caribe, pero también en el mundo entero. La hemos bailado en todos sus estilos y estados anímicos; suavecito y “arrebatao”, en español, pero también en inglés, en tributos a U2, Cold Play y los Beatles, por que hasta el Rock se enamoró de la salsa. Pero, aún no contenta con eso, la salsa se ha hecho cantar y bailar en otros idiomas, como en italiano con “Volare” o Nel Blu Dipinto Di Blu de Doménico Modugno en la voz del Boricua Jimmy Sabater; en francés, que en la voz del Colombiano Yuri Buenaventura, puso a todo Paris a bailar el “Ne me quittes pas” de Jacques Brel, y como si fuera poco atravesó el mundo y nos invitó a todos a bailar la salsa caliente del Japón, con la Orquesta de la Luz.
Imperdonable no mencionar a quienes a nuestros días siguen promoviendo la cultura salsera, a Delirio Salsa-Circo-Orquesta, al Festival Mundial de la Salsa de Cali, al Salsódromo de la feria, sus grandes Niche, Guayacán, Matecaña, Galé, la Octava dimensión y sus casi 100 orquestas, también a Medellín con la Sonora Carrusel y a Bogotá con la 33, a los solistas salseros más recientes que nos siguen enamorando, como Marc Anthony, Rey Ruiz, Víctor Manuel, Jerry Rivera y a los bailarines que ponen sus sueños, su alma y su constancia.
Creo que me podría quedar aquí escribiendo mucho más, resuenan en mi cabeza, muchas piezas y artistas, quedo en deuda con muchísimos, algunos nos siguen deleitando con su ritmo, otros tienen al cielo de fiesta, gracias infinitas por tanta cultura y tanto sabor; también a mi familia, a mis amigos de siempre con quienes he bailado hasta el amanecer, al mejor parejo, el de mi vida; en estas tierras alpinas la gente muere por tener nuestro son y mientras escribo estas líneas, mis pies no logran quedarse quietos, así que mejor “vamo a bailar, como hermanos che che cole muertos de la risa”.